El Peso | Micro cuento

Tal vez dormir no signifique descanso.

Había regresado del trabajo con los ánimos propios de quien sólo quiere descansar. No había nada más en el mundo que quisiera hacer, mas dudaba un poco de conseguirlo.
Luego de atravesar el corredor del cuarto piso del edificio de departamentos, se detuvo en la puerta de color roble lustrado que rezaba un "9" en la parte superior, en bronce. Suspiró con un poco de hastío mientras revolvía en su bolso, hasta dar con la llave que buscaba.
Una vez dentro, se deshizo de los bártulos que representaban su rutina, y se deslizó hasta el cuarto del baño, deseando un ducha reparadora y relajante. 
Exhaló todo el aire contenido en los pulmones, mientras dejaba que la gravedad le tumbase el cuerpo en el colchón de su cama. En aquel momento, agradecía el hecho de vivir completamente solo.
Oh, cómo necesitaba dormir.
Pronto sintió cómo los párpados parecían pesarle cada vez más. Era el augurio de un sueño inminente. Dio un último suspiro y se abandonó a las ráfagas inexorables de la inconsciencia.

Se despertó con el inconfundible peso de algo cayéndole encima, sobresaltado, abriendo los ojos de manera abrupta. 
En una fracción de segundo pudo observar, antes de que el miedo le nublase la mente, de que había olvidado la luz encendida del velador, su teléfono móvil en la encimera de una cómoda ubicada al frente de su cama, y de que no había nada más en aquel lugar, ni sobre de él, aunque la pesadez aquella le impidiese mover el cuerpo por completo. Bizqueó  varias veces, intentando ver de manera más precisa, pero el resultado era el mismo: no había nada allí. Sólo aire.
Empezó a sentir cómo un terror completamente desconocido se le anidaba en el pecho, al tiempo de que su respiración comenzaba a ser más rítmica, dejándolo al borde de la hiperventilación.
Giró la cabeza nuevamente, buscando algo, aunque no sabía qué exactamente. Abrió la boca, intentado decir algo, pero las palabras se le quedaban pegadas en la garganta. Con angustia, hizo fuerzas para gritar, pero todo esfuerzo resultaba nulo. 
Entonces sintió cómo aquel peso opresor se desvanecía, devolviéndole así la movilidad.
Sin siquiera pensarlo, se deslizó fuera del lecho y se encaminó hasta el mueble en donde se hallaba su móvil, pretendiendo buscar alguna tipo de ayuda o, de ser posible, una especie de explicación para lo que acababa de ocurrir.
Pero en el momento en que sus pies tocaron el frío suelo de madera, un par de manos, más frías que el suelo mismo, lo tomaron de sus tobillos y lo jalaron hacia abajo, haciendo que cayese de bruces contra el piso, y arrastrándolo hacia debajo de la cama, con una fuerza tal que le resultaba imposible deshacerse de ello. 
Ya no le resultaba tan atractiva la idea de vivir solo.
Por acto reflejo, intentó gritar, pero esos intentos eran tan vanos como al principio, llenándolo de frustración, angustia y terror. Sólo conseguía emitir unos sonidos inarticulados, cargados de aquel miedo predominante.
Sacudió las piernas una vez más, buscando liberarse, pero aquellas manos fatuas lo tenían firmemente agarrado, al tiempo que continuaban llevándolo hacía aquel lugar oscuro. Con las extremidades superiores trataba de aferrarse a los pocos desniveles de la madera del parquet. 
Levantó la cabeza, sólo para poder ver que la brecha entre el mueble cómoda y él había crecido. Se dio cuenta, en aquel momento, que su cuerpo se encontraba prácticamente inmerso en aquel espacio inverosímil y pernicioso.
En un último intento, abrió la boca y pudo sentir, por fin, cómo su garganta se despejaba, dejando salir así un grito lacónico, mezcla de graznido agónico y sollozo, aunque de nada le servía ya, porque para ese entonces todo se había vuelto negro.




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