Primero de Otoño | Poesía


Los últimos jirones del verano se apagaban, 
llevándose consigo su risa matutina.
Trémula y herida, recorrió su alma, 
jamás se rindió ante las sombras de la vida.
En un momento infinito, paró para observarme. 
Me dedicó su sonrisa, la más hermosa y cálida. 
Me dedicó su tiempo, sus líneas y su habla. 
Sus risas, sus retos, sus juegos de palabras.
Me llevó de la mano por caminos de zarzas. 
De rosas y espinas. De luna y de calma.
Me enseñó de la vida, la tristeza y la gracia. 
Del amor eterno que el corazón demanda. 
Me enseñó a levantarme, a medir mis palabras. 
Que la paciencia es un don y el rencor una farsa.
Me enseñó que el consuelo llega siempre a casa. 
Y que el día es un juego que a veces pierde o se gana.  
Que la felicidad es aquello que solo pocos alcanzan. 
En las cosas pequeñas, como el rocío del alba.

Y se detuvo un otoño, el primer día. 
Se detuvo y no quiso que yo la vea.
Se detuvo y su rostro no tuvo alegría, 
sólo una paz ansiada, tan calma y serena. 
Su hálito luminoso me acarició en la distancia. 
Sus ojos vieron la luz de Dios.
Su vida, de pronto, le fue arrancada. 
Ella, en otoño, me abandonó.

                                                         A. Martínez

Dedicado a mi mamá, Regina Martínez. 






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