Hielo | Relato
El día había comenzado mal.
Desde que se había enterado que Herodes había sido derrotado por Aretas, las cosas en el palacio se habían revolucionado, a tal punto de que ella misma no sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar.
Salomé estaba asustada, mas su madre otro tanto.
Ella, que aún tenía presente la imagen de la cabeza de aquel profeta judió en una bandeja de plata implantada en la memoria, no podía sino observarlas con cierto recelo.
Hasta ese día del fatídico baile, ella había servido con gusto a aquellas dos, sin siquiera preocuparse por lo que hacían o decían. Pero la sensación que le produjo el ver la sangre oscura y espesa, ya en proceso de coagulación, le hacia estremecerse completamente.
No entendía muy bien por que, porque había presenciado varios crímenes a lo largo de la historia, mas de lo que quizas debería. Pero aquel hombre, Juan, tenía algo especial.
En ese sentido, entendía a Herodes. Ella, que no sabía ni leer ni escribir, había podido escuchar lo que aquel sujeto decía allí, encarcelado, y, de alguna manera, terminaba pensando todo el día en sus palabras. Tal vez fue por eso que, al ver su cabeza desprendida del cuerpo, le había causado tal sentimiento de repulsa que le fue imposible ignorarlo y, por lo consiguiente, ocultarlo del todo. Y ahora, sentía como aquel sentimiento se fue tornando en algo mas parecido a la contrariedad, sobre todo cuando observaba a Salomé y a Heroditas.
Por eso, aquella mañana, no había hecho el menor caso cuando le llegó a sus oídos de que Herodes iba a ser desterrado debido a su derrota, aun cuando aquello implicaba una inminente fuga por parte de todo el séquito, al cual ella pertenecía.
El frío afuera calaba hasta los huesos cuando se pusieron en marcha.
Era invierno, pero a pesar de ello, era menester emprender el camino temprano, mucho antes de que amanezca.
La caravana era lo más silenciosa que podía ser, y aquello la agobiaba un poco. No sabía hacia donde se marchaban, pero era necesario hacerlo. El viaje tomó mas tiempo de lo que se suponía, pero fue cuestión de unos días cuando llegaron por fin a Lyon.
La crudeza del viento y las bajas temperaturas hicieron que aquella travesía fuera muchas mas dura de lo que se esperaba. Lejos, se podían divisar las murallas que separaban de la ciudad de las afueras. Sólo tenían que cruzar el río Saona,que a esas alturas del año estaba completamente congelado, por lo que atravesarlo no sería un problema.
Como haya de Salomé, ella debía permanecer cerca de la muchacha todo el tiempo, por lo que vio en primera linea como el hielo debajo de los pies de esta comenzó a resquebrajarse, hasta romperse por completo, hundiendo a la chica en el agua helada, dejando solo su cabeza en la superficie.
Allí comenzó a moverse de manera extraña. Pudo ver, no sin cierto horror, como la chica comenzó a realizar los mismos movimientos que realizó en aquel baile presentado a su tío.
Pero antes de que atinara a hacer algo por ayudarla, la cabeza de la chica comenzó a congelarse, hasta que finalmente, dejo de moverse. Sólo entonces se acercaron, ella y otros sirvientes más. Pero al intentar moverla, la cabeza de Salomé se desprendió del cuerpo de manera limpia; las esquirlas del hielo, actuando como filosas cuchillas, la habían decapitado.
Atónita y casi sin respiración, no pudo evitar recordar a Juan el Bautista.
Y sólo entonces entendió el significado de la expresión "justicia Divina".
A. Martínez
Bastante oscuro. Funciona así el karma?
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