INSIGNIFICANCIA | PROSA
Nadie quiere a la muerte.
Somos un poco más que un instante.
Nadie quiere a la muerte cerca, y menos cuando esa muerte es buscada.
Y es demasiado egocéntrico pensar que las personas detendrían su vida sólo porque alguien de su entorno haya desaparecido.
Si, tal vez al principio las personas del entorno se sientan perturbadas; los cambios abruptos son los más complicados de manejar. Pero pasada aquella primera impresión, la vida seguiría su curso: aquellos que tengan trabajo continuarán con lo suyo, los que tengan a su familia, abrazarán más a los suyos mientras piensan "qué volátil es la vida". Los amigos llorarán, o tal vez no. Se lamentarán. Tal vez pensarán "era una buena persona". Aquellas palabras que, en cuanto se dicen, hasta parecen una broma de mal gusto. Quizá algunos recordarán algún momento vivido.
Pero todos sabrán que de nada serviría.
La familia cercana se entristecerá. Los amigos suspirarán de pena o tal vez de alivio. Algunos se preguntarán el por qué, mientras observan compungidos el cuerpo inerte.
"Esa no es una solución".
"Eso no es lo que Dios manda".
"Ojalá Dios se apiade de su alma".
Las palabras nunca fueron más insignificantes.
Nadie quiere a la muerte cerca.
Y esa frase lleva a la gente a pensar que la vida es tan eterna como las estrellas. Pero se olvidan de que las estrellas también mueren.
Nadie quiere a la muerte cerca. La detestan. Pero ¿acaso ayudan para mantenerla alejada? Nadie es dueño de su vida, hasta que esa vida empieza a no poder ser vivida.
Todos hablan, todos opinan. Nadie ayuda. Todos critican.
Si tanto odian a la muerte, ayuden a quienes la ansían.
Es fácil llorar sobre una tumba y decir "ella no lo merecía".
A. Martinez

Cuánta verdad
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