CAPÍTULO 5: MUSEO | LINAJE OCULTO
La vida había comenzado a transcurrir con parsimonia.
Hacía casi dos meses de su increíble y arriesgada fuga y, hasta aquel momento, no sólo estaba "de vacaciones" en su país natal, sino que se "había suspendido la gran boda por problemas entre los contrayentes".
Se sorprendía a sí misma cada vez que veía cómo intentaban mantener la coartada, las apariencias de tener todo bajo control y la mentira.
Y también era consciente de que era buscada desde el minuto cero, y aquello no aparecía en los portales de noticias.
Muchas veces, al despertarse y verse en el espejo, odiaba su sangre. Al menos en un cincuenta por ciento.
Estaría mucho más tranquila si no fuese por todas aquellas pretensiones de la casa real, el tema del linaje, y demás.
Habría tenido poder de decisión sobre su vida de manera más directa y concisa. no tendría que andar ocultándose como si fuese una delincuente. Y, si quería hilar fino, lo era. Era una prófuga, y eso era tan malo como delinquir.
Cuando había conocido a John, en un juego en línea al que podía escabullirse usando una IP falsa, llegó a envidiar su vida lenta y tranquila, lejos de las obligaciones aristocráticas y las cámaras. Y, aunque en un principio había mentido sobre su persona, pronto el chico le había demostrado que era alguien digno de confianza, y ella se mostró tal cual era: una joven de trece años, risueña y con ganas de hacer muchas cosas, pero que vivía en una jaula de oro.
Cuando la embargaba aquella tristeza, camuflada en auto compasión, solía tomar entre sus dedos el pequeño relicario de acero inoxidable que su mamá le había regalado meses antes de que aquel cáncer en el páncreas la fulminara. Y sólo entonces, podía sentir cómo la angustia que se agolpaba en el pecho se comenzaba a desvanecer.
Y de aquella manera había vivido durante dos largos e interminables meses en Corea del Sur.
No se quejaba, era mucho más de lo que había pensado que podía estar en aquella situación, precaria a más no poder pero, paradójicamente, feliz.
Y porque cada vez que su amigo caía con una pizza, o la invitaba a ir a conocer ciertos lugares turísticos, siempre extremando los recaudos, o simplemente le decía "vamos", lo que significaba un paseo en su automóvil por la ciudad, ella sentía el alma un poquito más cálida.
Johnny estaba esforzándose por hacerla feliz, y ella quería que sus esfuerzos no se perdiesen.
Allí, parada en medio de la sala del pequeño apartamento de Johnny, pensaba en qué podía ayudarlo sin que implicase en ponerse en evidencia, ni a él ni a ella misma.
Se dio cuenta de un detalle que había pasado por alto todos este tiempo, y era el hecho de que su amigo seguía durmiendo en el sofá, habiendo dejado para ella la cama de la habitación. Apenada y con mucha culpa, observó cómo el sillón de tres cuerpos había comenzado a hundirse y a deformarse, al cumplir con una tarea para la cual no estaba hecho.
— Debe de despertar muy adolorido.
Pensó en que tal vez ella debía de ir hacia el sillón y devolverle su lugar a su amigo, pero cuando lo había intentado hacer, tiempo atrás, éste se había negado rotundamente, por lo que tenía que enfocar el problema desde otro ángulo.
Entonces notó que la cama no era un sommier, sino que era de aquellas que tenía patas y, por ende, espacio entre el piso y el colchón. Y algo se encendió en su cabeza.
Con diligencia se dirigió hacia el baño y buscó las lentes de contacto, de color negro, y procedió a colocárselas con cuidado, para luego tomar su pequeña mochila y salir de aquel refugio, pequeño y seguro.
Era la primera vez que salía sola, mientras su amigo se encontraba en su lugar de trabajo, sin avisarle. No tenía teléfono móvil, y tampoco es que quisiera uno. Simplemente usaba un IPod viejo, que le servía solamente para reproducir música.
Una especie de adrenalina comenzó recorrer en sus venas cuando cruzo el pequeño hall de acceso al edificio de departamentos. Sólo rogaba que aquel impulso terminara bien.
Afuera, el mundo se sentía casi irreal.
Era un alivio ver que su imagen en general no despertaba la curiosidad de nadie. Todos pasaban de ella como si fuese alguien más en medio del gentío.
Lejos quedaron los vestidos de organza y los zapatos de tacón.
Allí, en medio de un barrio de las afueras de Seúl, inmersa en un buzo con capucha de color negro, unos jeans grandes gastados en las botamangas de tanto arrastrarlos, y unas zapatillas negras, tenia la extraña sensación de control de sí misma.
Tal vez el truco era aquel, ser igual al resto, ser del color del cemento. Mimetizarse con el paisaje urbano y perderse en la multitud. Sólo así lograría la libertad o, al menos, en apariencia.
Comenzó a recorrer diferentes sitios buscando algún lugar donde vendiesen lo que estaba buscando: una carri cama, una cama de aquella que tienen ruedas y que pueden extraerse de debajo de otra a la hora de usarse y se la guardaba cuando correspondía.
Pero no podía permitirse comprar una nueva, tanto por el poco dinero que llevaba consigo como por prudencia, por lo que se limitó a ir de tienda en tienda en aquella zona periférica de la gran urbe.
Entonces, un pequeño lugar le llamó poderosamente la atención. Se trataba de una cafetería, mezclada con objetos antiguos y tradicionales, que se encontraba en un rincón de aquella calle angosta, pasando casi desapercibida.
Casi por impulso decidió entrar, ya que ofrecía una exposición de arte antiguo.
Adentro, la claustrofobia era evidente.
Se trataba de un sitio en donde se almacenaba toda clase de artilugios, pertenecientes a un tiempo anterior, algo que escapaba a su propia imaginación. Las piezas exhibidas estaban cuidadosamente puestas en lugares que, a simple vista, podía parecer azar. Todo estaba amontonado, apenas si había espacio para deslizarse entre los bártulos, pero el sitio se sentía cálido y acogedor.
Su curiosidad por aquel lugar la llevó a adentrarse más y más, descubriendo cosas que ni siquiera habría imaginado. Una adorable mujer anciana se le había acercado para ofrecerle algo de beber, pero ella se vio obligada a rechazar. Si bien su aspecto era el de un adolescente, su voz la expondría de inmediato, por lo que, con una sonrisa y un pequeño gesto adusto, declinó la oferta de la buena señora.
Se dirigió hacia uno de los pasillos, atiborrado de objetos de toda clase, con la idea de escabullirse y salir de allí los más rápido que pudiese. Pero a mitad de aquel, sin que ella se diese cuenta al principio, se topó con un sujeto que, extrañamente, le pareció conocido.
Éste llevaba un cubre bocas, al igual que ella, pero había en su aura cierto aire de vanidad que le recordaba a alguien, sólo que en aquel momento era incapaz de hacerlo.
Desviando la mirada hacia atrás, buscó la forma de irse de allí, siendo lo más discreta posible. Tenía la sensación de que se comportaba como una delincuente, cosa que la irritaba en sobremanera.
— Oye...
La voz masculina, proveniente de sus espaldas, era de un perfecto coreano y una cadencia que ya había oído.
Entonces recordó al sujeto que le había sustraído la pelota de básquet, aquella tarde de lluvia, hacía ya un par de meses.
Se puso en guardia, observando a aquel hombre como si fuese un gusano. Sentía los músculos del cuerpo completamente tensos, el ceño fruncido y el corazón a punto de desbocarse debido a lo que su cabeza interpretaba como peligro.
Lo miró con recelo y un poco azorada por el encuentro repentino, a punto de hacer marcha atrás, estudiando cada movimiento de aquel hombre, que la observaba estático, con los ojos llenos de curiosidad.
Sin pensarlo más, dio media vuelta y se dispuso a desaparecer, cuando la voz masculina resonó en sus oídos.
— ¿Tú?
En ese momento, Tinny se percató de la había reconocido y se maldijo a sí misma por haber esperado demasiado para huir. Odiaba petrificarse de aquella manera, lo consideraba algo que no podía permitirse.
¿Y si ese tipo era una clase de espía enviado por la embajada para buscarla?
Aquel pensamiento la hizo palidecer porque, de ser cierto, sus días estaban, literalmente contados.
Volvió la vista hacia su interlocutor, con bronca y miedo, buscando analizarlo lo más que podía, antes de emprender una retirada digna. No podía simplemente salir corriendo, ya que las sospechas se harían más claras.
Se maldijo enormemente por haber tomado la decisión de salir a la calle.
Entonces escuchó un leve bufido, al tiempo que observó cómo comenzaba a mover la pierna izquierda; era evidente que estaba perdiendo la paciencia.
Pero ella no iba a abrir la boca. No de nuevo.
— ¿Vas a decir algo o te vas a quedar mirándome simplemente?
En aquel momento, la señora que antes le había ofrecido café, apareció por detrás del sujeto, preguntando si todo estaba bien, a lo que el sujeto contestó con cortesía mientras se giraba por sobre el hombro, momento en el cual aprovechó ella para deslizare en silencio y así poder salir de aquel pasillo.
Una vez en la calle, asustada y con un profundo malestar, se colocó nuevamente la capucha y comenzó a caminar en dirección hacia el departamento de su amigo.
No volvió la vista hacia atrás.
Continuará.
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